martes, 20 de febrero de 2007

Annabel Lee, de Edgar Allan Poe

Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar,
habitaba una doncella cuyo nombre os he de dar,
y el nombre que daros puedo es el de Annabel Lee,
quien vivía para amarme y ser amada por mí.
Yo era un niño y era ella una niña, junto al mar,
en el reino prodigioso que os acabo de evocar.
Mas nuestro amor fue tan grande como jamás yo presentí,
más que amor compartimos, yo y mi bella Annabel Lee,
y los nobles de su estirpe de abolengo señorial,
los ángeles en el cielo envidiaban tal amor,
los alados serafines nos miraban con rencor.
Aquel fue el solo motivo, ¡hace tanto tiempo ya!,
por el cual, de los confines del océano y más allá,
un gélido viento vino de una nube y yo sentí
congelarse entre mis brazos a mi bella Annabel Lee.

La arrancaron de mi lado en solemne funeral,
a encerrarla la llevaron por la orilla de la mar
A un sepulcro en ese reino que se alza junto al mar,
los arcángeles que no eran tan felices como nosotros dos,
con envidia nos miraban desde el reino que es de Dios.
Ese fue el solo motivo, bien lo podéis preguntar,
pues lo saben los hidalgos de aquel reino junto al mar,
por el cual un viento vino de una nube carmesí
congelando una noche a mi bella Annabel Lee.

Nuestro amor era tan grande y aún más firme en su candor
que aquel de nuestros mayores, más sabios en el amor.
Ni los ángeles que moran en su cielo tutelar,
ni los demonios que habitan negros abismos bajo el mar
podrán apartarme nunca del alma que mora en mí, Espíritu luminoso
de mi bella Annabel Lee.

Pues los astros no se elevan sin traerme la mirada
celestial que, yo adivino, son los ojos de mi amada.
Y la luna vaporosa jamás brilla baladí,
pues su fulgor es ensueño de mi bella Annabel Lee.
Yazgo al lado de mi amada, mi novia bien amada,
mientras retumba en la playa la nocturna marejada,
yazgo en su tumba labrada cerca del mar rumoroso,
en su sepulcro a la orilla del océano tempestuoso.


Otra versión
Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vívía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
y era su único sueño verse siempre
por mí adorada y adorarme a mí.

Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar; nos quisimos allí
con amor que era amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;
con amor que los ángeles del cielo
envidiaban a ella cuanto a mí.

Y por eso, hace mucho, en aquel reino,
en el reino ante el mar, ¡triste de mí!,
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar se la llevaron
hasta una tumba a sepultarla allí.

¡Oh sí! -no tan felices los arcángeles-,
llegaron a envidiarnos, a ella, a mí.
Y no más que por eso -todos, todos
en el reino, ante el mar, sábenlo así-,
sopló viento nocturno, de una nube,
robándome por siempre a Annabel Lee.

Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos,
más grtandes que ella fue, que nunca fui;
y ni próceres ángeles del cielo
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
de la radiante Annabel Lee.

Pues la luna ascendente, dulcemente,
tráeme sueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida;
con mi esposa radiente Annabel Lee
en la tumba, ante el mar, Annabel Lee.

No hay comentarios: