martes, 20 de febrero de 2007

El gusano conquistador, Edgar Allan Poe

¡Mirad! ¡Es noche de fiesta
dentro de estos últimos años desolados!
Una muchedumbre de ángeles alados, ataviados
con velos, y anegados en lágrimas,
está sentada en un teatro, para ver
una comedia de esperanzas y temores,
mientras la orquesta a intervalos suspira
la música de las esferas.

Los mimos, hechos a imagen del dios de las alturas,
musitan y rezongan por lo bajo,
y corren de acá para allá –
Puros muñecos que van y vienen
al mando de vastos, informes seres
que cambian las decoraciones de un lado a otro
sacudiendo de sus alas de cóndor
el invisible infortunio.

¡Oh, que abigarrado drama! - ¡Ah, estad ciertos
de que no será olvidado!
Con su fantasma perseguido, sin cesar, cada vez más,
por una muchedumbre que no puede pillarlo,
cruzando un círculo que gira siempre
en un mismo sitio.
Y mucho de locura y más de pecado
y horror son alma del argumento.

Pero mirad: entre la música barahúnda
una forma reptante se introduce,
un ser rojo de sangre que viene retorciéndose
de la soledad escénica.
¡Se retuerce! - ¡Se retuerce! – con mortales angustias,
los mimos se toman su pasto,
y los serafines sollozan ante los colmillos de aquella sabandija
empapados en sangraza humana.

¡Desaparecen – desaparecen las luces – desaparecen todas!
Y sobre todas aquellas formas tremulantes
el telón, paño mortuorio,
baja con el ímpetu de una tempestad.
Y los ángeles, todos pálidos, macilentos,
se levantan, se quitan los velos, y afirman
que aquella obra es la tragedia del hombre
y su protagonista el Gusano conquistador
.

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