martes, 20 de febrero de 2007
La mariposa negra, Nicomedes Pastor Díaz
Borraba ya del pensamiento mío
de la tristeza el importuno ceño:
dulce era mi vivir, dulce mi sueño,
dulce mi despertar.
Ya en mi pecho era lóbrego vacío
el que un tiempo rugió volcán ardiente;
ya no pasaban negras por mi frente
nubes que hacen llorar.
Era una noche azul, serena, clara,
Que, embebecido en plácido desvelo,
alcé los ojos en tributo al cielo
de tierna gratitud.
Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara
este mirar de eterna desventura,
turbarse vi la lívida blancura
de la nocturna luz.
Incierta sombra que mi sien circunda
cruzar siento en zumbido revolante,
y con nubloso vértigo incesante
a mi vista girar.
Cubrió la luz incierta, moribunda,
con alas de vapor informe objeto;
cubrió mi corazón terror secreto
que no puedo calmar.
No como un tiempo colosal quimera
mi atónita atención amedrentaba,
mis oídos profundo no aterraba
acento de pavor;
que fue la aparición vaga y ligera,
leve la sombra aérea y nebulosa,
que fue sólo una negra mariposa
volando en derredor.
No cual suele fijó su giro errante
la antorcha que alumbraba mi desvelo;
de su siniestro misterioso vuelo
la luz no era el imán.
¡Ay! que sólo el fulgor agonizante
en mis lánguidos ojos abatidos
ser creí de sus giros repetidos
secreto talismán.
Lo creo, sí... que a mi agitada suerte
su extraña aparición no será en vano.
Desde la noche de ese infausto arcano
¡ay Dios!... aún no dormí.
¿Anunciarame próxima la muerte,
o es más negro su vuelo repentino?...
ella trae un mensaje del destino...
Yo... no le comprendí.
Ya no aparece solo entre las sombras;
do quier me envuelve su funesto giro;
a cada instante sobre mí la miro
mil círculos trazar.
Del campo entre las plácidas alfombras,
del bosque entre el ramaje la contemplo,
y hasta bajo las bóvedas del templo
y ante el sagrado altar.
Para adormir mi frenesí secreto
cesa un instante, negra mariposa:
tus leves alas en mi frente posa:
tal vez me aquietarás...
Mas redoblando su girar inquieto,
huye, y parece que a mi voz se aleja,
y revuelve, y me sigue, y no me deja,
ni se para jamás.
A veces creo que un sepulcro amado
lanzó bajo esta larva aterradora
el espíritu errante que aún adora
mi yerto corazón.
Y una vez ¡ay! estático y helado
la vi, la vi, creciendo de repente,
mágica desplegar sobre mi frente
nueva transformación.
Vi tenderse sus alas como un velo
sobre un cuerpo fantástico colgadas
en rozagante túnica trocadas,
so un manto funeral.
Y el lúgubre zumbido de su vuelo
trocose en voz profunda melodiosa,
y trocose la negra mariposa
en genio celestial.
Cual sobre estatua de ébano luciente
un rostro se alza en ademán sublime,
do en pálido marfil su sello imprime
sobrehumano dolor,
y de sus ojos el brillar ardiente,
fósforo de visión, fuego del cielo,
hiere en el alma como hiere el vuelo
del rayo vengador.
Un momento ¡gran Dios! mis brazos yertos
desesperado la tendí gritando.
Ven de una vez, la dije sollozando,
ven y me matarás.
Mas ¡ay! que cual las sombras de los muertos
sus formas vanas a mi voz retira,
y de nuevo circula y zumba y gira,
y no para jamás...
¿Qué potencia infernal mi mente altera?
¿De dónde viene esta visión pasmosa?
Ese genio... esa negra mariposa,
¿Qué es?... ¿Qué quiere de mí?...
En vano llamo a mi ilusión quimera;
no hay más verdad que la ilusión del alma:
verdad fue mi quietud, mi paz, mi calma;
verdad que la perdí.
Por ocultos resortes agitado
vuelvo al llanto otra vez hondo y doliente,
y mi canto otra vez vuela y mi mente
a esa extraña región,
do sobre el cráter de un abismo helado
las nieves del volcán se derritieron
al fuego que ligeras encendieron
dos alas de crespón.
Nicomedes Pastor Díaz, La mariposa negra, (1834)
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