Desde mi hora más tierna no he sido
como otros fueron, no he percibido
como otros vieron, no pude extraer
del mismo arroyo mi placer,
ni de la misma fuente ha brotado
mi desconsuelo; no he logrado
hacer vibrar mi corazón al mismo tono
y, si algo he amado, lo he amado solo.
Entonces, en mi infancia, en el albor
de una vida tormentosa, del crisol
del bien y el mal, de su raíz misma
surgió el misterio que aún me abisma:
desde el venero o el vado,
desde el rojo acantilado,
desde el sol que me envolvía
en otoño con su pátina bruñida,
desde el rayo electrizante
que me rozó, seco y rasante,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube cenicienta
que, en el cielo transparente,
formó un demonio en mi mente.
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