martes, 6 de marzo de 2007

SONETOS, Shakespeare



SONETO LIX

Si nada hay nuevo, sino lo que existe ha existido ya
¡cómo yerran nuestras mentes cuando,
en su afán de crear, llevan de mal grado
la fecunda carga de un ser antes nacido!

¡Oh! ¡Que no pudiera la memoria, retrocediendo
en su mirada hasta quinientas revoluciones de sol,
mostrarme vuestra imagen en algún códice antiguo,
ya que el alma se expresó primeramente en letras!

Para que pudiera saber la opinión del mundo antiguo
sobre el compuesto de maravillas de vuestra persona;
si hemos hecho progresos, si aquellas gentes valían más que éstas,
o si las revoluciones han dejado las cosas en su mismo estado.

¡Oh! Seguro estoy de los ingenios de antiguos días
han otorgado a sujetos menos dignos los elogios de su admiración.


SONETO LXV

Puesto que ni el bronce, ni la piedra, ni los continentes, ni el mar ilimitado
escapan al poder de la triste mortalidad,
¿cómo podrá defenderse contra su furia la belleza,
cuya energía no resiste más que una flor?

¡Oh! ¿Cómo el aliento melifluo del verano sostendría
el irrevocable asalto fatal de los días que la atacan
cuando los acantilados inexpugnables no son bastante fuertes,
ni las puertas de acero tan robustas ante el estrago del Tiempo?

¡Oh, meditación terrible! ¿Dónde, ay, se ocultaría
la más rica joya del Tiempo, para sustraerse al pesar del Tiempo?
¿O qué mano poderosa podrá refrenar sus ágiles pies?
¿Y quién impedirá que le sirva de despojo tanta belleza?

Oh, nadie, a no ser que se realice este milagro
de que resplandezca e brillo inmortal de mi amor en la negra tinta de mis versos.

SONETO LXVI

Fatigado de todo esto, el descanso de la muerte invoco
al ver al mérito nacer mendigo
y la miserable nulidad rebosante de alegría
y la más inocente fe indignamente violada,

y el áureo honor vergonzosamente situado
y la castidad virginal prostituida con brutalidad
y la perfecta justicia en injusta desgracia
y el poder destruido por una fuerza coja

y el arte amordazado por el poder
y la tontería, en son doctoral, censurando al talento
y la ingenua lealtad mal llamándose simpleza
y el bien, cautivo, sirviendo a su señor, el mal.

Fatigado de todo esto, abandonar el mundo quisiera
si, al morir, no te dejara solo, amor.


SONETO LXXVI

¿Por qué mis versos se hallan tan desnudos de nueva forma,
tan rebeldes a toda variación o vivo cambio?
¿Por qué con la época no me siento inclinado
a métodos recién descubiertos y extrañas vestiduras?

¿Por qué escribo siempre sobre lo mismo y siempre igual
y envuelvo mis invenciones en un atavío conocido,
aunque cada palabra casi pregona mi nombre ,
revela su nacimiento e indica su procedencia?

¡Oh! Sabedlo, dulce amor, es que escribo siempre de vuestra persona
y que vos y el amor sois mi eterno tema;
así, todo mi talento consiste en revestir lo nuevo
con palabras viejas, y en volver a emplear lo que ya he usado.

Pues lo mismo que el sol es todos los días nuevo y viejo,
así mi amor repite siempre lo que ya estaba dicho.

SONETO LXXVII

Tu espejo mostrará cómo se marchitan tus gracias,
la esfera de tu reloj cómo se disipan tus preciosos minutos;
las hojas en blanco llevarán las impresiones de tu espíritu
y con este álbum podrás apreciar la instrucción que voy a darte.

Las arrugas que te mostrará con fidelidad tu espejo
evocarán en tu memoria las tumbas de boca abierta;
por la sombra de tu gnomon conocerás a escondidas
el traidor peregrinaje del tiempo hacia la eternidad.

¡Observa lo que no puede retener tu memoria!
Confíalo a estas páginas vírgenes y hallarás que estos hijos,
criados y nutridos a tu cerebro, te impulsarán
a experimentar algo nuevo en tu espíritu.

Cuantas veces te entregues a estos menesteres,
provecho sacarás para ti y suma riqueza para tu libro.

SONETO LXXXI

O viviré para escribir vuestro epitafio,
u os sobreviviréis cuando yo pudra bajo tierra;
la muerte no ha de lograr llevarse de aquí vuestra memoria,
aunque el olvido me devore por entero.

Vuestro nombre gozará en este mundo de una vida inmortal,
en tanto que yo, una vez ido, moriré para todos;
la tierra no puede otorgarme sino una tumba ordinaria,
mientras, vos reposaréis sepultado a la vista de la humanidad.

Vuestro monumento serán mis dulces versos,
que leerán ojos todavía no engendrados,
y las lenguas sostendrán vuestro ser
cuando todos los que respiran en este mundo se hallen muertos.

Siempre perduraréis -tal es el poder de mi pluma-
donde más alienta el aliento, es decir, en los labios de los hombres.

CXVI

Permítaseme que al enlace de las almas fieles
no admita impedimentos. No es amor el amor
que al percibir un cambio cambia, o que propende
con el distanciado a distanciarse.

Oh, no. Es faro inmóvil que contempla las tempestades
y nunca se estremece; es la estrella
para todo barco sin rumbo
cuya virtud se desconoce, aunque se toma su altura

El amor no es juguete del tiempo,
aunque lleguen al alcance de su corva guadaña los labios y mejillas de rosa;
el amor no se altera con las con las horas y las semánas rápidas,
sino que perdura hasta el fin de los días.

Si esto es error y puede probárseme, no he escrito nunca
ni hombre alguno ha amado jamás.

SONETO CXLIV

Tengo de amores uno que me consuela, otro que me desespera.
Los dos, como dos espíritus, me tientan incesantes;
el ángel bueno es un hombre muy lindo;
el espíritu malo, una mujer mal pintada.

Para introducirme más pronto en el infierno,
mi demonio femenino procura alejar de mí a mi buen ángel,
y quisiera hacer de mi santo un demonio,
seduciendo su pureza con su orgullo infernal.

En cuanto a saber si mi buen ángel se ha cambiado en demonio,
puedo sospecharlo, pero no positivamente decirlo;
mas como los dos están ausentes de mí, y se han hecho amigos,
mucho temo que uno de los ángeles se ha metido en el infierno del otro.

Pero esto no lo sabré nunca, sino que viviré en duda,
hasta que mi demonio haya expulsado del fuego a mi buen ángel.

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