martes, 6 de marzo de 2007

ANTOLOGÍA, Sexto Propercio

Cintia fue la primera (Elegías I 12 )

¿Por qué no dejas de acusarme de pereza
y de que Roma, tentadora, me demora?
Ella está alejada tantas millas de mi lecho
cuantas Hípanis dista del Erídano véneto;
ni Cintia me alimenta con su abrazo los acostumbrados amores,
ni su voz suena dulce en nuestro oído.
Antes le era grato; en aquel tiempo a nadie le tocó
poder amar con tal fidelidad.
Fuimos motivo de envidia; ¿no me habrá abrumado algún dios?
¿O la hierba nos separa, recogida en cimas prometeicas?
Ya no soy el que era: un largo camino muda a los enamorados.
¡Cuán grande amor huyó en poco tiempo!
Ahora, por vez primera, solitario, soy obligado a conocer las largas noches
y a que sea, yo mismo, a mis oídos, molesto.



Feliz quien pudo llorar junto a su amada presente:
mucho goza Amor en las lágrimas derramadas;
o si, despreciado, pudo cambiar sus amores,
también hay gozos en la cambiada esclavitud.
A mí no me es posible amar a otra o desistir de ésta;
Cintia fue mi primer amor, Cintia será el último.


¡Oh, feliz de mí! (Elegías II 15 )

¡Oh, feliz de mí! ¡Oh noche para mí resplandeciente!
Y ¡oh tálamo, dichoso a causa de mis placeres!
¡Cuántas palabras nos contamos a la luz de la lámpara
y cuánta lucha hubo cuando fue quitada la luz!
Ya luchaba conmigo con sus pechos desnudos,
ya se demoraba cubriéndose con la túnica.
Ella abrió con su boca mis ojos que se cerraban de sueño
y dijo: «¿Así yaces, perezoso?».
¡Qué variados abrazos cambiaron nuestros brazos!
¡Y cuánto se demoraron mis besos en tus labios!
No sirve arruinar el acto del amor haciéndolo a ciegas;
por si no lo sabes, en el amor los ojos son los guías.
El mismo Paris, se cuenta, se rindió por la espartana desnuda
cuando ésta se erguía del lecho de Menelao;
se dice también que, sin ropas, Endimión cautivó a la hermana de Febo
y que yació con la diosa desnuda.
Pero si persistiendo en tu ánimo te acuestas vestida,
una vez desgarrado tu ropaje, tendrás que soportar mis manos:
inclusive más, pues si la pasión me lleva más lejos,
mostrarás a la madre los brazos golpeados.
Los pechos caídos aún no te impiden jugar:
que de eso alguna se cuide si le avergüenza haber dado a luz.
Mientras nos lo permitan los hados, saciemos los ojos con amor:
ya una larga noche viene para ti y el día no ha de volver.
¡Y ojalá que, adheridos de este modo, quieras que nos encadenemos
de manera que ningún día nunca nos separe!
Te sirvan de ejemplo las palomas enlazadas en el amor,
el macho y la hembra en total connubio.
Se equivoca aquel que busca la extinción de un loco amor;
el verdadero amor no conoce límite alguno.
Antes burlará la tierra con falso fruto a quienes aran
y más rápidamente el Sol agitará sus negros caballos
y los ríos comenzarán a llevar aguas a su naciente
y el pez estará árido en seco abismo,
que pueda referir a otra mis angustias;
seré de ésta mientras viva; de ésta, muerto.
Mas si quisiera concederme tales noches consigo,
inclusive un año de vida me sería largo;
si ésta me concediera muchas, en ellas me haría inmortal:
en una sola noche, cualquiera puede ser un dios.
Si todos ambicionaran correr semejante vida
y yacer con los miembros pesados a causa del mucho vino,
no existiría el hierro cruel, ni la nave de guerra,
ni el mar de Accio agitaría nuestros huesos,
ni Roma, tantas veces conmovida entorno por sus propios triunfos,
estaría cansada, en señal de duelo, de soltar sus cabellos.
Estas cosas, por cierto, podrán alabar con razón quienes nos sigan:
nuestros combates no dañaron a ninguna deidad.
¡Tú, ahora, mientras haya luz, no dejes el fruto de la vida!
Aunque dieras todos los besos, darías pocos.
Y así se han desprendido de las marchitas corolas los pétalos
que, esparcidos por todas partes, ves nadar en las copas,
así a nosotros que amantes hoy aguardamos lo más grande,
quizá el día de mañana pondrá fin a nuestras vidas.

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